Han dicho...

Acabo de leer con enorme placer «Elogio del sosiego», la recopilación de artículos que Desiderio C. Morga publicó en el periódico Noticias de la Rioja, y me gustaría exponer aquí mis impresiones con un poco de orden y sin atropellarme.

En estos tiempos en que se tiene tan poco cuidado con el idioma y la mayoría de la gente escribe con faltas de ortografía, sin poner acentos, sin vigilar la puntuación ni las concordancias de género y número, etc., es un placer poder leer unos artículos como estos en los que hay un cuidado y un esmero tan evidentes por escribir bien, por expresar las cosas con las palabras justas y adecuadas, adjetivando con personalidad y brillantez, transmitiendo al lector el deleite que ha debido experimentar su autor escribiéndolos y haciéndole disfrutar de una verdadera fiesta con cada nueva página.

Me admira de estos artículos lo bien armados que están intelectualmente. Hay un breve planteamiento al principio y luego, el resto, consiste en ir desarrollando la tesis inicial, en un recorrido de meandros suaves en el que su autor va desgranando todo lo que el tema le sugiere, hilvanando las ideas con un hilo fino y sutil en el que no falta la ironía contenida que nunca se hace demasiado evidente sino que fluye por debajo sin que se note apenas. Todo es elegante y mesurado, y eso se transmite a través de una prosa refinada que está atenta a los matices, con la aparición inesperada de algunas metáforas subyugadoras que surgen como destellos que te deslumbran y te obligan a volver al principio del párrafo para releer con cuidado cada palabra, tratando de descubrir el misterioso mecanismo que hace desembocar la frase en esa imagen tan poderosa que te ha dejado un momento antes boquiabierto. Y también me gusta mucho cómo sabe terminar los artículos, con una frase corta, irónica y siempre cómplice con el lector.

Cada tema que trata lo aborda desde una perspectiva muy personal, huyendo de lo trillado y ofreciendo en todo momento un punto de vista diferente, a menudo inesperado y muchas veces brillante e ingenioso. Desiderio C. Morga ha alcanzado, eso es evidente, su madurez como escritor y su dominio de los recursos del idioma. Es un gran poeta y sabe extraer del lenguaje, con la facilidad de los maestros, los materiales que necesita para expresar lo inefable, los estados del alma, con las palabras más hermosas y exactas, sin que sobre ni falte nada. Yo me he emocionado varias veces leyendo alguna de sus frases, no sólo por su apabullante belleza literaria sino porque me ha parecido que era imposible expresar mejor determinadas cosas y ciertos estados del ánimo con la sabiduría y la destreza con que él sabe hacerlo.

En algunos momentos podría parecer que se recrea en la nostalgia por el pasado, por las vivencias de su infancia y adolescencia. Esa es una trampa en la que resulta fácil caer, pero creo que él sabe evitarla con mucha habilidad. Acierta a ofrecer una visión del ayer más próximo o más remoto y de costumbres ya desaparecidas, pero siempre con ecuanimidad, sin blandenguería, huyendo en todo momento de la añoranza estéril y tramposa. Algo que me ha gustado particularmente es la tolerancia que muestra hacia la religión, hacia las creencias que nos inculcaron curas y monjas. Rebasados ya los cincuenta, creo que nuestro autor es tan escéptico y descreído como corresponde, pero me agrada sobremanera que no se regodee ni haga sangre con eso (como les ocurre a tantos necios), y muestre, en cambio, una mirada tan tierna y comprensiva.

Yo tenía a Desiderio por un hombre dotado de una sensibilidad tan poderosa que, abstraído a menudo en sus ensoñaciones líricas, vivía en un espléndido aislamiento, apartado del mundo y sus sobresaltos. Ahora me ha quedado claro que es un hijo de su tiempo, alguien que está perfectamente informado de todo lo que ocurre a su alrededor, un tipo culto, observador, reflexivo y perspicaz que lee, viaja, padece y goza como cualquiera, aunque lo que lo diferencia del resto es que está dotado de una suerte de lente espiritual de aumento que no sólo le permite captar los matices que se nos escapan a los demás, sino que además sabe expresarlos de una manera única y personalísima.

Ye dejó escrito Baudelaire que no se puede ser sublime sin interrupción. Hay un artículo en concreto, sólo uno, que me ha parecido que estaba por debajo del nivel de los demás. Se trata de «Como esperando abril» (p. 74). Tiene destellos y el lenguaje está tan cuidado como es habitual en Desiderio, y sin embargo hay algo que falla: chispa, inspiración, no lo sé. Al menos esa es la impresión que yo he tenido.

Y otra cosa. Me parece bastante evidente que el molde de varios de estos artículos lo ha proporcionado, consciente o inconscientemente, Manuel Vicent. Yo leo a Vicent desde hace muchos años, y compro El País los domingos sólo para poder deleitarme con su columna de la última página. Sin embargo, me parece que el amigo Manolo está de capa caída, que ha perdido aquella brillantez que era marca de la casa. Desiderio C. Morga es ahora mismo superior, y además tiene a su favor el talento de poeta en plena efervescencia creadora.

Ha sido una suerte y un privilegio haber podido leer este maravilloso libro y tenerlo junto a mí para hojearlo y releerlo cuantas veces quiera. Me parece una infamia que por rencillas miserables de un medio de comunicación contra otro, que en su momento trató de buscar su legítimo hueco entre los lectores, estas páginas excelsas no hayan recibido la atención que merecen, más que nada por el respeto que reclaman aquellos que, entre tanta basura como nos ofrece el mercado, aún buscan esperanzados la auténtica belleza.

Demetrio Guinea



SON AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS

Desiderio C. Morga, Elogio del sosiego y otras crónicas de a diario, Logroño, Los libros del Mangolele, 2011.


Les debo a estas crónicas varias horas de lectura agradable; satisfacción que me explico porque coincido con buena parte de la forma de ver la vida del autor y porque apreciar el estupendo manejo del español con que me regala en cada página. En tiempos de prisas, de urgencias, de estrés, de competitividad y de objetivos engañosos (el poder, el lujo), Desiderio C. Morga dedica sus crónicas a cantar la pausa, la tranquilidad, el sosiego y, por encima de ello, el placer que procuran las cosas pequeñas y sencillas, aquellas que están al alcance de cualquiera y que venimos despreciando, por tontería y desnortamiento. Se refiere el autor a pequeñeces como el paseo por una senda, la conversación con un paisano, el sabor del vino conversado..., los elementos que desde siempre han conformado un programa de vida atractivo para quienes sabían que la vida es corta y que hay que aprovecharla en aquello que nos ofrece sin necesidad de esfuerzos heroicos o titánicos; es, por supuesto, el tópico del «aurea mediocritas» con que los clásicos condensaron su ideal de vida. A este tópico –tratado de forma personal por el autor, que no es escaso mérito– viene a sumársele otro, el del «carpe diem». Muchas de las crónicas del libro están confeccionadas sobre el eje del paso del tiempo y con él el sentimiento de la pérdida de un mundo y unas costumbres más satisfactorias, en su mayor parte, que las que han venido a sustituirlas en estos tiempos necios y procelosos. La añoranza y la elegía de estas páginas transmiten un disgusto que nunca llega a convertirse en amargura, porque ese sentimiento está atemperado por la serenidad y porque, en todo caso, pesa más en el ánimo del autor la alegría de la vida, en la que queda comprendido el canto a lo agradable, incluso cuando de ello solo quede el recuerdo. Esta serenidad y el elogio de la sencillez sibarita no suponen escapismo ni falta de compromiso con la vida social y las gentes. Aprecio también en lo que vale en estas páginas (que es mucho en tiempos de pérdida de memoria histórica o de todovalismo), la claridad sin tapujos con que el autor se refiere al golpismo del 23F, a la extinción de la República, a los bancos, a la falta de solidaridad y a los explotadores. El estilo de estas crónicas es, como decía, primoroso, bien alejado del raquitismo idiomático de tantos escritores de estilo «periodístico» o de superventas. La condición de poeta del autor se manifiesta en la sabiduría y el acierto en encontrar la palabra adecuada, en un dominio inusual del vocabulario, sin rebusque ni barroquismo, y en el sentido musical que dota a las frases de una cadencia agradable. Un libro, por tanto, como las cosas que elogia: de apariencia y médula sencilla y de dimensión profunda: un buen libro.

Miguel Ángel Muro




EL PLACER DE UNAS BOTAS USADAS

El autor saluda la publicación Elogio del sosiego, del escritor najerino Desiderio C. Morga, en sello editorial Mangolele.



Unas botas usadas nos llaman desde la cubierta de Elogio del sosiego (Mangolele, 2011). Son unas botas con caña y cordones, sin suelas virgueras ni diseño virtuoso: las botas perfectas para hacer los caminos que Desiderio C. Morga nos propone en su último libro. Uno de esos senderos es en el tiempo: del hoy al ayer en busca de una Edad de Oro en la que la vida se organice con la lentitud agraria. Otro de las rutas es en el espacio, rumbo a una Arcadia que no es otro sitio que “una pequeña patria colmada de sosiego” donde “lo más exótico se vuelve a cotizar en la pequeñez”. Y finalmente un viaje moral que nos ayuda a comprender que “no hay perdón sin arrepentimiento, ni redención sin penitencia”, pero que también debe hacer tiempo y lugar para “la clemencia, la concordia y la magnanimidad”.

Visto esto, parece anormal que los textos de Elogio del sosiego aparecieran en el periódico de pago Noticias de La Rioja durante 2005 y 2006, pero así fue. La nueva dimensión que estas “crónicas de a diario” adquieren ahora se debe a que Morga las ha organizado como un calendario en el que los textos se suceden con un orden natural y personal: el frío, la gripe, la matanza, el regreso de la cigüeña, el Día Mundial de la Poesía, la República, las pelusas, la selectividad, el mar, el tour, el fin del verano, Chile, la vendimia, la Constitución… Esta organización no responde al orden en el que las columnas aparecieron, pero leídas al calor de esas botas usadas parecen más bien páginas de un dietario.

Ahora que de esos hechos que sirvieron de percha a Morga para colgar sus columnas no queda otra memoria que sus columnas es cuando adquieren todo su valor ya que son los textos del poeta najerino los que sostienen la percha de los hechos que dieron ocasión. Y este milagro se consigue con literatura.

Las claves literarias de estas páginas de Desiderio C. Morga están por un lado en la elección del tono conversacional (muy similar al que usó para descubrirnos los rincones de su pueblo en Callejero de ausencias), en la utilización de recursos propios del lenguaje poético (“la noche es un descampado gótico de charol”; “la preciada camisa de los hombres felices”) y en el uso de un lenguaje que gusta no tanto del arcaísmo, como de las palabras que evocan realidades desaparecidas (filandón, majada), localismos (maula, chirle, hortal, dalle) o simplemente suenan (ronronero, campiñarri, calimoco, uñazco, salchucho).

Pero tampoco cabe desdeñar el interés de Morga por los “detalles de textura sucinta y elemental”; por la preferencia por lo natural frente a lo sofisticado (“buscar boletus bajo las coníferas es tan fascinante como practicar el ala delta”), y por aquellas personas “que trabajan lo mínimo para vivir con máxima sencillez”. Por eso, los protagonistas de las crónicas de Morga son gente normal, personas que hablan en los bares, que hacen tratos dándose la mano, que comparten el porrón y sufren la vida y viven la muerte, individuos sin mayúscula, o con diminutivo.

Esta capacidad poética y esta sencillez, este viaje a otro tiempo y otro lugar, no le hace olvidar la crítica ni la ironía: “Nos armamos hasta los dientes para saber que, al final, lo que nos sobrevive son los empastes de la dentadura”, dice, pero también señala la voracidad de los banqueros, la hipocresía de los ministros de Medio Ambiente y la vacua verborrea de quienes echan gasolina al fuego del Estatuto catalán. Con todo, Morga, ajeno al ladrido habitual de los opinadores profesionales, intenta comprender el momento que le toca vivir: “no soy de los que evocan neciamente los tiempos retrógrados; antes bien, procuro separar lo que me ha tocado vivir y lo que ocupa a quienes hoy lo hacen con sus circunstancias”.

Todos sabemos que hay muchas maneras de llevar adelante el peso de los días. En Elogio del sosiego, Desiderio C. Morga nos enseña que camina “con la serena indiferencia de quien está de eventual”. Y para ello, esta bella edición de Mangolele, nos ofrece simbólicamente sus botas. Unas botas hechas se belleza y amor, de poesía y piedad, que nos han de llevar hasta esa “pequeña patria colmada de sosiego para vivir en paz la gloria de los modestos”. Y leyéndolo uno descubre el placer de acompañarle en ese viaje.

José I. Foronda